El
mundo está azorado por las manifestaciones y las denominadas acciones
ciberactivistas que se han producido en los últimos años en Egipto, en España,
en Brasil, en Venezuela, en el mundo. Periodistas y políticos se asombran
porque la gente sale a la calle, porque no presentan una queja unificada,
porque se convocan a través de las redes sociales y se comportan con una lógica
fragmentada conforme los distintos grupos de manifestantes. Parece que no se
dieron cuenta que estamos viviendo en un nuevo escenario en el cual ya no
existe un canal único de expresión. Existen múltiples problemas, múltiples
reclamos sociales, múltiples formas de hacerlos visibles. Utilizar las redes
sociales no es sólo un pasatiempo; constituyen también la posibilidad de multilocalizar
nuestros mensajes, colectivizar nuestras emociones y atemporalizar las
conversaciones. Jamás se había tenido la posibilidad de pensar algo,
escribirlo, publicarlo en el momento y compartirlo de inmediato con miles de
personas.
Cabe que nos preguntemos, entonces,
qué es el ciberactivismo.
Si dirigimos la mirada hacia el
mundo de la tecnología y leemos una de sus publicaciones más conocidas, PC Magazine, encontraremos que
Ciberactivismo es aquel que utiliza “correo
electrónico, blogs y redes sociales para hacer pública una causa a través de la
diseminación veloz de información que normalmente no está disponible en canales
oficiales y medios de comunicación”. El
ciberactivismo también es conocido por otros nombres; así lo encontraremos como
activismo de internet, incidencia electrónica, e-campaña, e-activismo,
organización online, activismo online, campaña digital, activismo digital…
Steve Jones, fundador de la
Association of Internet Researchers, señaló la necesidad de reorientar el foco
de las investigaciones desde la presencia concreta de Internet hacia las redes
de personas; desde qué constituye el
poder en el ámbito de las computadoras hacia preguntas acerca de cómo está constituido el poder en redes
de actividad humana. La cuestión de privilegiar Internet por sobre las personas
– el qué sobre el cómo- es una tensión significativa que aparece
en el campo de la investigación basada en Internet.
Así, si al referirnos al ciberactivismo
privilegiamos los instrumentos (las herramientas tecnológicas) por sobre la
forma de realizar incidencia desde un medio digital, tendremos una visión distorsionada
del mismo. Como decimos en los talleres, ciberactivismo no se trata de saber
usar Facebook y Twitter: es saber cómo circula la información en las redes y
cómo generar mensajes que ocasionen impacto.
A los efectos de mis
investigaciones, he elaborado una definición estrictamente funcional a estos
fines: acción ciberactivista es toda
acción digital o acción analógica potenciada por medios digitales, tendiente a
generar incidencia sobre cuestiones determinadas.
Por otra parte,
cuando hablamos de desobediencia
civil electrónica (también conocida como hacktivismo) estamos haciendo
referencia a un tipo de desobediencia civil en el cual las personas utilizan
las tecnologías para llevar adelante sus acciones de protesta contra una norma que se tiene obligación de
obedecer. El término “desobediencia civil electrónica” fue acuñado por el
colectivo Critical Art Ensemble y apareció en un escrito titulado “Desobediencia civil
electrónica y otras ideas impopulares”,
de 1996. La desobediencia civil electrónica busca continuar las prácticas de no
violencia y protesta disruptiva de las cuales fue pionero Henry David Thoreau,
quien publicara en 1848 Desobediencia Civil.
Tanto el
ciberactivismo como la desobediencia civil electrónica se valen de un uso
disruptivo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).
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