Dispositivo móvil de infinitas posibilidades

By Marta Gaba - March 06, 2019


Cuando era chica, leía muchísimo a Ray Bradbury. Mi papá, fanático lector de ciencia ficción, en vez de poner frente a mis ojos literatura infantil, me traía libros de Editorial Bruguera, desvencijados volúmenes de Isaac Asimov y libros de tapa blanda con las historias futuristas del tío Ray.

Recuerdo uno de esos cuentos donde Bradbury relataba el viaje de regreso a casa en un transporte público de ese futuro imaginario. Describía como un hombre hablaba con su mujer a través de un dispositivo que llevaba en su muñeca, a modo de reloj, La mujer parloteaba sin parar y el hombre la veía a través de la pequeña pantalla en su muñeca.

"- ¿Existirá algún día algo así?", pregunté incrédula a mi papá. Pregunta lógica para una niña a cuya casa no llegaría el teléfono de línea hasta el gobierno de Alfonsín y el plan Megatel.

"- ¡Claro!", me respondió mi viejo, quien me alentaba a ser astronauta, convencido que Bradbury nos relataba el futuro.

Ese fue mi primer vistazo al mundo de los smartphones.

Cuando se rompe, perdés o te roban el celular, sentís una mezcla extraña de desamparo, desnudez, preocupación, bronca, impotencia. Hay personas que pierden la vida defendiendo la posesión de su teléfono. Y es que el celu es mucho mas que un dispositivo de telefonía móvil.

En el celular llevas todos tus contactos, las fotos de tu vida, las conversaciones con amigos, familiares y compañeros de trabajo. Llevas los juegos que te gusta jugar, las series y películas que querés ver y una red interminable de amigos disponibles con solo presionar el dedo índice sobre la pantalla.

Libros, revistas y diarios. Música infinita y radioemisoras del mundo. Mapas para llegar a lugares desconocidos, información sobre el tránsito y recetas de cocina.

El teléfono te indica cual es la mejor ruta para conducir y te responde preguntas diversas. Te consigue un automóvil para ir a casa de tus amigos y cuenta los pasos que caminas. 

El celular es una descripción móvil de nuestra personalidad. Lo vestimos con fundas de moda, le adosamos auriculares e injertamos memoria adicional. 

Nunca lo dejamos solo: es quien nos despierta a la mañana y es lo ultimo que miramos antes de dormir. Está en la mesa durante las comidas, en la playa, en la clase, en el escritorio de la oficina y en el cuarto de baño.

Nuestra ropa le hace lugar en cualquier bolsillo o pliegue. Buscamos carteras con un espacio exclusivo para él.

Nos angustiamos cuando no lo vemos cerca, cuando lo apagamos durante los vuelos, cuando nos quedamos sin batería, cuando se nos cae, cuando alguien lo agarra, confundido.

Entonces... ¿ podemos aplicarle las mismas reglas que a otros objetos a uno que ya adquirió el rango de mascota, asistente y  acompañante terapéutico?

Cuando te roban un celular, te están quitando todo eso. El ladrón te amenaza pero no querés soltar de tu mano esa pequeño mundo de posibilidades. Porque tu celular es la posibilidad de comunicarte con otro, de informarte, de jugar, de enterarte de cosas, de llenar los minutos vacantes con contenidos antes impensados.

No digo que nuestro apego al celular sea bueno ni malo: es lo que hay. Podemos poner reglas, hacer que se apaguen, dejarlos en una caja,  pero el apego sigue ahí, aplastado como un resorte que en cuanto lo dejen, saltará buscando liberarse para volver al mismo lugar.


Por eso pensé en reinterpretar nuestra relación con el celular, el dispositivo móvil de telefonía cuya posesión puede hacernos víctimas de un loco que nos remate a tiros para llevarse lejos nuestra pequeña posibilidad.

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